jueves, 7 de julio de 2011

La ilusión...amorosa!

¿Qué es, verdaderamente, la ilusión? Un hechizo. ¿Y qué es un hechizo? Una especie de alucinación que distorsiona la visión de la realidad, como cuando el pensamiento se tiñe de puro subjetivismo. Es también una forma de brujería, que no es más que la expresión más baja e inferior de la magia, aquella ciencia tradicional que utiliza la sustancia sutil de los fenómenos para generar causas segundas y sus efectos correspondientes. 

No es - la magia - una vana “superstición” como asumen los descreídos modernos, aunque en estos tiempos haya degenerado en eso. Un lugar común de esta ilusión es el enamoramiento romántico y pasional entre dos personas ¿cómo debería ser nuestra actitud hacia esa ilusión amorosa o deseosa? Pues de extrema vigilancia y desconfianza, aunque eso sea tomado por la mentalidad burguesa como una actitud poco predispuesta a “fluir” o a “vivir intensamente”. 

No se trata, por supuesto, de detener abruptamente esta ilusión, siendo por lo demás imposible dado que poco puede hacer la propia voluntad para conseguirlo, sino más bien debemos apelar a la parte divina en nosotros para evitar ser afectados (mareados). Es la fiebre amorosa de la que nos habla Marcilio Ficino y que según él “radica en una perturbatio y en una especie de infección de la sangre provocada del mismo modo que el “mal de ojo” porque se produce esencialmente por medio del ojo y la mirada”. 

Esta parte divina en nosotros, la intuición intelectual, deberá ayudarnos a realizar el trabajo de no identificación con nuestra individualidad psicofísica. “Je est un autre” dijo el precoz Rimbaud, que traducido correctamente sería "yo es otro" y no "yo soy otro".


El grueso de personas hoy en día poseen un espíritu burgués y por eso entienden las palabras de ese modo, a saber, de un modo meramente psicológico y convencional dejando de lado su raíz metafísica. Un ejemplo de este reduccionismo lo encontramos, al igual que en el vocablo ilusión, en palabras como fetichismo y encantamiento. 

El vocablo fetiche comienza a ser utilizado por los etnólogos modernos, en particular el etnólogo Charles de Brosses, quien lo toma para designar el acto de adoración o culto “fetichista” a objetos materiales (idolatría) que supuestamente practicaban las poblaciones negras africanas. 

Nadie niega que los pueblos verdaderamente “salvajes”, aquellas razas degeneradas y crepusculares perdidas en el tiempo, hayan caído en prácticas groseras de fetichismo, pero no así los verdaderos hombres antiguos que existieron en la Edad de Oro. Es necesario hacer una distinción entre estos pueblos verdaderamente “salvajes” y “primitivos” que encontramos en la actualidad (“objetos de estudio” de los antropólogos y etnólogos), producto de degeneraciones involutivas como decíamos, y las razas antiguas y primordiales que poblaron el planeta durante los inicios del presente ciclo humano. 

Son las ideas perniciosas del evolucionismo darwiniano. Luego pasa la palabra fetiche a ser utilizada por los psicoanalistas, quienes le dan un significado de fijación erótica hacia un objeto determinado, en el sentido de obsesión y neurosis psicosexual. Un ejemplo típico de este fetichismo es el que experimentan bastantes hombres por ciertas prendas femeninas o sino las mujeres por objetos determinados de los cuales no pueden separarse. 

Lo cierto es que fetichismo es una palabra portuguesa y etimológicamente significa brujería. Las fijaciones psicológicas son en realidad “conglomerados psíquicos” que actúan como “nudos” o “amarres” y que si no se “solucionan” a tiempo pueden conducir a la víctima a la muerte o a la locura. 

En el caso del encantamiento, ésta es una palabra que comúnmente se utiliza en frases como “este objeto me encanta” o sino “el encanto de una mujer”, haciendo referencia a un gusto meramente psicológico. Pues lo cierto es que su verdadero significado trasciende la mera cortesía o “etiqueta social” y se relaciona más bien con la teúrgia y sus métodos rituales de invocación espiritual, ya no con la manipulación de la sustancia sutil como sucede con la magia, la brujería y la ilusión. 

En la teúrgia o encantamiento se accede directamente al dominio espiritual y se “atrae” hacia abajo la "influencia" impregnándola en el propio cuerpo. Una persona puede voluntariamente, si es que conoce los ritos y las técnicas apropiadas, encantarse a sí mismo o encantar a otra persona u objeto determinado. Tampoco hace referencia - más bien es su extremo opuesto - a la burda galantería propia del "don juan", quien padece más bien los estragos del sometimiento ciego y pasivo (fatalidad) de sus necesidades deseosas. 

Es sabido que los indios “pieles rojas” de norte América utilizaban la operación del encantamiento para inspirarse antes de un combate o para producir ciertas circunstancias propicias que los beneficiase durante la cacería. También nos remite esta palabra a la fascinación o fascinum, término técnico empleado en la Antigüedad para designar una especie de sortilegio.  


Regresando al tema de la ilusión amorosa o pasional, ésta tiene por causa la naturaleza del deseo y sus ramificaciones instintivas. Los enamorados se desean y buscan satisfacer mutuamente ese deseo, creando como consecuencia de ello una relación compleja no exenta de complicidad (con todo lo que conlleva este término). 

Es un deseo profundo y arcaico que anhela ser satisfecho mediante la posesión del ser amado (o deseado). Es por ello que el Deseo representa la principal causa de la ilusión, a saber, por su naturaleza privativa que lo lleva constantemente a querer buscar calmar esa “sed” o insatisfacción perpetua. Su engaño o ilusión consiste en hacernos creer que puede ser satisfecho plenamente cuando en realidad eso es imposible. 

Julius Evola lo dice así: “el deseo, cuando cree obtener satisfacción, confirma su privación, refuerza la ley de dependencia, de la insuficiencia, de la impotencia para “ser” en sentido absoluto. Esa es la paradoja de la “sed”, vista desde la perspectiva metafísica: la satisfacción no extingue la sed, sino que la confirma, por cuanto implica decir un “sí” a esa sed”.  

El instinto biológico de posesión se refleja en el deseo sutil o psicológico del individuo. Ambos son condiciones naturales del ser humano y por eso nadie está a salvo de padecer sus afecciones, por lo menos nadie que no haya alcanzado aún la Liberación definitiva. 

Esta ilusión amorosa y pasional de los enamorados forma parte de la Maya hindú, aquella ilusión macrocósmica que comprende no solamente nuestro mundo humano sino también el total de la “rueda del samsara”, es decir, los estados superiores e inferiores del ser que en el hinduismo están representados por los Devas y los Asuras y que en las religiones semitas monoteístas representan los Ángeles y Demonios. 

Es cierto que el concepto de maya puede entenderse también como “juego cósmico” o arte en el sentido de producción artesanal cosmológica, pero eso no significa que este juego divino no pueda devenir en perverso y cruel si es que nos olvidamos cómo jugarlo, cosa que ha sucedido desde hace ya bastante tiempo. Se puede entender ahora porqué el deseo humano - y cósmico - es considerado por las doctrinas espirituales como sinónimo de sufrimiento y porqué de su necesidad de trascender sus estados placenteros y dolorosos, pues el placer no es más que su satisfacción y el dolor su insatisfacción. 

El verdadero Amor no es el enamoramiento entre dos personas. Puede que se encuentre implícito y se refleje en este enamoramiento romántico y deseoso, pero no son lo mismo. El verdadero Amor es aquel que en el simbolismo de los “Fieles del Amor” se relaciona con la “Muerte” en su doble sentido: el de “muerte iniciática” y el de muerte natural o profana. 

Rene Guenon nos lo dice así:  “por una parte, hay una cercanía y aún una asociación del “Amor” y de la “Muerte”, debiendo ésta ser entendida como la “muerte iniciática”, y esta cercanía parece continuarse en la corriente de donde han salido, al final de la Edad Media, las representaciones de la “danza macabra”; por otra parte, hay también una antítesis establecida desde otro punto de vista entre el “Amor” y la “Muerte”, antítesis que puede explicarse por la constitución misma de ambos términos: la raíz mor les es común y, en a-mor, está precedida de a privativa, como en el sánscrito a-mara, a-mrita, de manera que “Amor” puede interpretarse como una especie de equivalente jeroglífico de “inmortalidad”. 

El verdadero Amor es más un “asentimiento" de intuición pura que un sentimiento de vientre, a saber, el de las “mariposas en el estómago” que se experimentan con la ilusión o el hechizo del enamoramiento romántico. Este Amor con mayúsculas, que fue el que proclamó el Cristo, un Amor esotérico y metafísico y no ñoño ni humanitarista, trasciende el reino ilusorio del Deseo. Es el Amor que encarna la Virgen María cuando aplasta a la Serpiente del Deseo, un “A-mor” ilimitado e infinito: providencia pura. Como decía hace un momento, no se trata de negar o reprimir la embriagues ilusoria que se origina con el enamoramiento pasional, sino más bien debemos aprender a disfrutarlo sin perder de vista su verdadero significado metafísico. 

1 comentario:

  1. El enamoramiento es una pasión, concretamente, un sentimiento que se padece, y con el cual no se puede ser activo y por eso se lo sufre.
    Una pasión es la pocesión por un impulso, que si no se controla mentalmente domina por completo la mente generando una obseción.
    Una forma de no ser poseídos es concentrando la mente, de tal forma que los despertadores exteriores que llegan por los sentidos no puedan conducir a los caballos sin control. Esto se logra mediante cualquier vía tradicional de desarollo espiritual.
    El amor entre dos personas puede no ser pasional y servir para lograr ese A-mors del cual se habla, de hecho ese es el fin del matrimonio como sacramento en la iglesia católica. No está mal amar, la cuestión es saber si yo amo o lo hace el amor que hay en mi, pues tal es la diferencia entre agente y paciente.

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