* * *
El Universo tangible no es, prácticamente,
más que una inmensa alucinación colectiva, hereditaria e inveterada. No sólo
nuestras alegrías y pesares no son más que falsas sensaciones sugeridas por
antiguas costumbres ancestrales, sino que son las mismas convenciones
sensoriales de los hombres que le han conferido a la materia el aspecto que hoy
día posee. No es que el ambiente haya creado al hombre: en realidad es el hombre
que ha creado al ambiente con una especie de cristalización exterior del
contenido de su conciencia. Cuando, posteriormente, este último es el que ejerce
su influjo sobre el individuo, el ambiente, entonces, no es más que el
instrumento mediante el cual las colectividades del pasado y del presente se
apoderan del individuo para reducirlo a la más infame esclavitud, impidiéndole
ver con sus ojos, oír con sus oídos y actuar según su iniciativa; de este modo
lo envilecen tanto que ya ni siquiera merece ser castigado cuando comete un
crimen. Cuando hablamos del Estado contra el individuo, somos lógicos a medias.
En realidad, por un lado tenemos a la humanidad entera y, por el otro, a quienes
se han entretenido en romper la cadena hipnótica de la locura
general. Cuando el hombre ha penetrado el propio secreto
dominical, empieza a conocer los Nombres divinos más majestuosos, cuya posesión
da acceso al santuario de la fatalidad. Entonces él percibe, por encima de la
ilusión colectiva, una especie de estrella, un punto fijo en el vacío que se
desarrolla y por irradiación abre el horizonte de un mundo nuevo en conformidad
con el lugar que ocupamos en la eternidad.
la
exuberancia de la selva tropical.
Envuelta en la fría bruma – en un gran palacio oscuro
una
pétrea diosa negra de cabeza leonina – me hizo
ver el Sol africano en la arena ardiente.
Yo
leía los libros del Maestro antes de saber el árabe.ver el Sol africano en la arena ardiente.
Lo vi antes de conocer su nombre.