La proliferación en el arte musulmán de la decoración no contradice esta cualidad de vacío contemplativo; al contrario, la ornamentación con formas abstractas la realza mediante su ritmo ininterrumpido y su entrelazamiento incesante. En lugar de aprisionar la mente y conducirla a algún mundo imaginario, disuelve las "fijaciones" mentales, al igual que la contemplación de un curso de agua que fluye, de una llama o de unas hojas que el viento agita puede liberar a la conciencia de sus "ídolos" interiores.
El entrelazado árabe tiene una complejidad geométrica y una cualidad rítmica bastante escasos en su equivalente romano. Este último viene a representar una cuerda anudada, que es lo que atrae la atención; en el entrelazado árabe, por otro lado, los espacios ocupados y las zonas vacías, el dibujo de fondo, tienen un valor estrictamente equivalente y se equilibran mutuamente, al igual que las líneas siempre acaban volviendo sobre sí mismas, para que la atención jamás se detenga en un elemento específico del "decor". La continuación del entrelazado invita a la vista a seguirlo, y así la visión se transforma en experiencia rítmica, acompañada de la satisfacción intelectual que proporciona la regularidad geométrica del conjunto.
Las formas del entrelazados islámico suelen derivarse de una o varias regularidades inscritas en un círculo y luego desarrolladas según los principios del polígono estrellado, lo que significa que las proporciones inherentes a la figura fundamental se reflejan en cada etapa de su desarrollo.
Los mosaicos, con sus iridiscentes superficies fragmentadas, de cierta transparencia, confieren un algo de incorpóreo e impreciso a los muros que revisten; los azulejos cerámicos, por su parte, tan característicos del arte islámico en los siglos posteriores, precisan las superficies al tiempo que las hacen luminosas."
Titus Burckhardt
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