domingo, 7 de agosto de 2011

Del Turkana al Cáucaso

El escritor tradicionalista Joaquin Albaicin aprovecha esta reseña para criticar lucidamente y con fina ironía la "hipótesis" moderna del evolucionismo darwiniano. Nótese que digo hipótesis y no hecho comprobado, pues eso es lo que es: una hipótesis cientificista que es tomada por la masa - incluyendo curriculums escolares - como una verdad absoluta y que a su vez es defendida con el mismo celo con el que los fanáticos religiosos defienden sus delirantes interpretaciones. 

Claro, las pruebas científicas que refutan esta teoría "transformista" no reciben la misma acogida que en cambio sí reciben las SUPUESTAS pruebas que la confirmarían, pero ahí están para los interesados que deseen indagar sobre el tema.      
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DEL TURKANA AL CÁUCASO
Jordi Agusti y David Lorkipanidze - National Geographic
Paleoantropología… La historia de siempre: fósiles de “homínidos” de hace dos millones de años son exhumados a golpe de pincel. Entre ellos, llama la atención una mandíbula un día perteneciente a un anciano. A partir de este y otros datos fragmentarios y con ayuda de puentes lógicos de dudosa estabilidad, se procede a “reconstruir” una migración acontecida en el érase que se era, iniciada en las cercanías del lago Turkana, en Kenya, y que habría conducido hasta los valles del Cáucaso a los supuestos ancestros de todos los europeos.

Los libros sobre “homínidos” están muy bien… siempre que se lean como lo que realmente son: obras de ficción. No nos equivoquemos. Empezando por la propia teoría de la evolución, todas las premisas y lugares comunes a partir de las cuales trabajan y construyen su discurso los paleoantropólogos no son sino eso: puras teorías. Huelga decir que los profesionales del gremio –y, a su lado, los medios de comunicación- las esgrimen como si de certezas, por no decir dogmas, se tratara. Es una pena que los paleoantropólogos no se molesten en estudiar la doctrina hindú de los ciclos cósmicos, por cuanto esta les aclararía en corto y por derecho que los osarios de “homínidos” para quienes nos han construido genealogías, preferencias gastronómicas y entornos absolutamente imaginarios son, en el mejor de los casos, restos –restísimos- de ciclos –y, por tanto- “humanidades” anteriores, cuya conexión con la nuestra no hay razones para sobreentender. Sólo con muy buena voluntad y encomiable magín puede uno, en efecto, osar hablar de coetaneidad de “especies” o distinción clara de capas geológicas a partir de una esquirla de cráneo aquí, un hueso presuntamente pulido algo más allá, un fósil de guisante tres kilómetros al sur… todo ello, revuelto en un amasijo de tierra apisonada por varios cataclismos.

Nunca han sido hallados los despojos de ese hipotético “antepasado” común a hombres y simios, ni tampoco los de ninguna supuesta especie transicional que hayan podido justificarse como los de otra cosa que un simio. Y esto, vale para todo el reino animal. A veces, a partir de un diente aislado, se ha proclamado el descubrimiento de una “nueva especie” de “homínido”. Los paleoantropólogos han procedido entonces a detallarnos su habitat, costumbres cotidianas… su día a día, en fin, en preciosos dibujos insertados en los libros de texto. A menudo, el fraude ha sido descubierto. ¿Hace falta decir que la competencia y criterio “científicos” empleados para las citadas “reconstrucciones históricas” eran exactamente los mismos que en el caso de las “reconstrucciones” todavía no descubiertas como fraudulentas?

En un artículo publicado hace más de cincuenta años, en el que narraba su visita a un poblado ibero en la Costa Brava, dejo ya traslucir la ironía de Luis Escobar de qué pie cojea la paleoantropología: “De pronto, entre la tierra endurecida, la azada tropieza con algo más duro aún. Emoción. No es más que una piedra afilada. Pero el doctor Pericot la examina perplejo. ´Esto pertenece a otra época completamente distinta´, nos dice. Debemos hallarnos en la casa de un ibero interesado en la prehistoria”. Por jocoso que parezca, no muy diferentes son los argumentos sobre los que “sustenta” sus tesis la mayor parte de los paleoantropólogos. El libro, queremos subrayarlo, es ameno e interesante. Pero siempre que, como todos los del género, y esto queremos subrayarlo aún más, se lea como una obra de ficción, de fantasía.


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