El subconsciente, a diferencia de lo que opina la psicología moderna y el psicoanálisis, para quienes al parecer no es más que una inofensiva categoría conceptual, constituye en realidad una “zona” misteriosa y peligrosa de la que poco sabemos como seres racionales. La razón no puede entender la naturaleza de lo irracional, ambos son antítesis y se excluyen mutuamente. La única manera de hacerlo es mediante la intuición intelectual, la cual actúa como una antorcha iluminando todos los rincones de la psiquis y "revelándonos" lo que “ve”. Es un error confundir el inconsciente con el subconsciente como lo hace el pensamiento moderno, pues el primero significa propiamente ignorancia, en el sentido que no se es consciente de nada, mientras que el segundo hace referencia al dominio que se extiende por debajo de la consciencia humana, a saber, sus prolongaciones inferiores. Sigmund Freud, el padre del psicoanálisis, fuertemente influenciado por la filosofía vitalista alemana y la teoría darwiniana de la evolución humana, postuló la teoría de la identidad entre el in/subconsciente y la sexualidad. A partir de ese momento todos los males del ser humano tendrán por causa una represión social y racional de los deseos sexuales, incluyendo aquellos males que son claramente de índole metafísico. Una muestra más del reduccionismo cientificista pero esta vez mezclado con las fantasías de un ser patológicamente enfermo.
La naturaleza irracional del ser humano comienza a ser estudiada con los filósofos alemanes Shopenhauer y Nietsche, quienes criticaron a la Diosa Razón colocándose en el punto de vista de la voluntad y el deseo irracional, pero fue Freud el primero en formular una teoría no solamente de carácter filosófico sino pretendidamente científica. Es así que nace el psicoanálisis, como una “ciencia” que postula el carácter irracional e inconsciente de las conductas humanas, socavando con ello la pretendida autonomía racional del individuo. Las causas de las acciones había ahora que encontrarlas en motivaciones subconscientes e irracionales, en nuestro instinto animal. Pero no fue sino Carl Jung quien formuló la famosa teoría del “inconsciente colectivo”, desafiando así las advertencias de su maestro: “Querido Jung, prométeme que nunca abandonarás la teoría sexual. Esto es lo más esencial de todo, comprenda que debemos hacer de ella una baluarte indestructible”. Al preguntarle Jung contra qué debía levantarse ese baluarte, Freud respondió: “contra la marea negra del fango del ocultismo”.
Con su teoría del “inconsciente colectivo” Jung ingresa a los terrenos de la espiritualidad e intenta explicar sus orígenes “irracionales” (cuando deberían ser “supra-racionales”). Debemos tener en cuenta que Freud fue ante todo un ateo y un obseso sexual que consideró cualquier expresión de espiritualidad como una función de la sexualidad reprimida. Frente a este fetichismo sexual de su maestro Jung opinaba lo siguiente: “Freud, que siempre había dado mucha importancia a su irreligiosidad, había construido un dogma; o, mejor dicho, en lugar de un Dios celoso que él había perdido, había puesto otra imagen obligatoria, la de la sexualidad… la “libido sexual” asumió el papel de un deus obsconditus, un dios oculto o escondido… Para Freud, la ventaja de esta transformación era, aparentemente, que podía considerar el nuevo principio numinoso como algo científicamente irreprochable y libre de toda contaminación religiosa” y luego añadía esta observación asombrosa “Pero, ¿qué más da, en definitiva, si al agente más fuerte se le da ora un nombre, ora otro?” Esta afirmación muestra su indiferencia hacia la verdadera naturaleza de la divinidad y explica la incongruencia metafísica de su “inconsciente colectivo” como fuente de la espiritualidad. Incongruencia que terminará desorientando a muchos buscadores espirituales, pues los conducirá por los abismos y profundidades del "psiquismo inferior". Por lo demás, el argumento que a veces sueltan los psicoanalistas, a saber, de que sumergirse en el “inconsciente” es como un “descenso a los infiernos” semejante al que tenía lugar en los antiguos Misterios es falso, como muy bien lo ha afirmado Guenon: “…una tal asimilación es completamente errada, puesto que nada hay en común en los dos casos, ni el fin, ni las condiciones del sujeto. Habría tan sólo que hablar de una parodia profana, lo cual ya le confiere a esto de lo cual se trata un carácter de falsificación sumamente inquietante. La verdad es que esta “descenso a los infiernos”, que no es seguido por ningún “re-ascenso”, es en cambio una “caída en el pantano”, queriendo aquí seguir el simbolismo utilizado en los antiguos Misterios; en el “descenso a los infiernos” la personalidad agota definitivamente ciertas posibilidades inferiores para poder luego elevarse a estado superiores; en la “caída en el pantano” las posibilidades inferiores se adueñan en cambio de ella, la dominan y terminan sumergiéndola plenamente”.
Para Jung los arquetipos universales son “estructuras del inconsciente colectivo”, reduciendo con ello lo espiritual o metafísico a lo psíquico (una forma de psicologismo) o, en su lugar, elevando lo psíquico a nivel espiritual. Pues todo lo que compete ya sea a la consciencia o subconsciencia pertenece al dominio de la psiquis, y en este caso estaríamos hablando de un “pansiquismo” que se origina al querer meter a la fuerza lo "universal" en lo "colectivo". Jung declara lo siguiente: “Toda comprensión o todo lo que es comprendido es en sí mismo psíquico, y en esta medida estamos completamente encerrados en un mundo exclusivamente psíquico”. El discípulo rebelde de Freud invierte los polos y coloca los principios metafísicos por debajo de la consciencia, en el “psiquismo inferior” del subconsciente, cuando en realidad deberían encontrarse por encima en el dominio de lo “supraconsciente”. Pues como decíamos al comienzo, el inconsciente colectivo o subconsciente a secas corresponde a las prolongaciones inferiores de la conciencia humana, aquellas que conducen a los “subsuelos” del ser. Al respecto Guenon dice: “Ciertamente se plantea algo más que una mera cuestión de vocabulario en el hecho, muy significativo en sí mismo, de que la psicología actual nunca considere más que el “subconsciente” y no el “superconsciente” que lógicamente habría de ser su término correlativo; sin duda esta es la expresión de una extensión que sólo opera por abajo, es decir, por el lado que corresponde, en este caso en el ser humano como en otros puede ocurrir con el medio cósmico, a las “grietas” por donde penetran las influencias más “maléficas” del mundo sutil, pudiéndose incluso decir que son las que tienen un carácter más verdaderamente y literalmente “infernal”.
El subconsciente, como hemos dicho, es un dominio que la sola razón no tiene cómo conocer. En él se encuentran “cosas” extrañas que escapan de nuestra historia biográfica individual y que pertenecen más bien a nuestra historia colectiva-arcaica antepasada. Por medio de él se pueden actualizar en nosotros “tendencias” que no nos pertenecen y que provienen de una remota antigüedad. Estas “cosas” son recuerdos, traumas o complejos psíquicos que son también conocidas como “larvas psíquicas”, las cuales son transferidas de generación en generación a través de una “memoria ancestral”. No me refiero, por supuesto, a la “amnemesis” platónica, aquel acto intelectual (supra-racional) por el cual recordamos - el Ser en nosotros se recuerda a Si mismo- nuestra verdadera naturaleza infinita, sino más bien a la memoria ancestral ligada a nuestra condición genética animal. Haciendo uso del simbolismo animal diríamos que lo que yace encerrado en los calabozos del subconsciente son sapos, cuervos, murciélagos, tarántulas y culebras (animales que representan las posibilidades inferiores del ser) que esperan ansiosamente ser liberados de su encierro, cosa que hacen alegremente los psicoanalistas.
La transferencia de esta "herencia psíquica" se realiza mediante un proceso que se conoce como “metempsicosis”, que significa propiamente el desplazamiento o transferencia de elementos psíquicos de un individuo a otro. Ananda Coomaraswamy lo explica de la siguiente manera: “Los elementos de la entidad psicofísica de Fulano cuando muere se desintegran y pasan a otros como un legado. Esto es, en verdad, un proceso que ha estado teniendo lugar a todo lo largo de su vida, y es un proceso que puede seguirse muy claramente en la propagación, repetidamente descrita en la tradición india como el «renacimiento del padre en y como el hijo». Fulano vive en sus descendientes directos e indirectos. Esta es la supuesta doctrina india de la «reencarnación» (y no lo que entiende por ella el pensamiento moderno europeo); es la misma que la doctrina griega de la metasomatosis y la metempsicosis; es la doctrina cristiana de nuestra preexistencia en Adán «según la substancia corporal y la virtud seminal»; y es la doctrina moderna de la «repetición de los caracteres ancestrales». Solamente el hecho de una transmisión tal de caracteres psicofísicos, que son las vestiduras accidentales de la personalidad trascendente, puede hacer inteligible lo que se llama en religión nuestra herencia del pecado original, en metafísica nuestra herencia de la ignorancia, y por el filósofo nuestra capacidad congénita para conocer en términos de sujeto y objeto”.
La transferencia de esta "herencia psíquica" se realiza mediante un proceso que se conoce como “metempsicosis”, que significa propiamente el desplazamiento o transferencia de elementos psíquicos de un individuo a otro. Ananda Coomaraswamy lo explica de la siguiente manera: “Los elementos de la entidad psicofísica de Fulano cuando muere se desintegran y pasan a otros como un legado. Esto es, en verdad, un proceso que ha estado teniendo lugar a todo lo largo de su vida, y es un proceso que puede seguirse muy claramente en la propagación, repetidamente descrita en la tradición india como el «renacimiento del padre en y como el hijo». Fulano vive en sus descendientes directos e indirectos. Esta es la supuesta doctrina india de la «reencarnación» (y no lo que entiende por ella el pensamiento moderno europeo); es la misma que la doctrina griega de la metasomatosis y la metempsicosis; es la doctrina cristiana de nuestra preexistencia en Adán «según la substancia corporal y la virtud seminal»; y es la doctrina moderna de la «repetición de los caracteres ancestrales». Solamente el hecho de una transmisión tal de caracteres psicofísicos, que son las vestiduras accidentales de la personalidad trascendente, puede hacer inteligible lo que se llama en religión nuestra herencia del pecado original, en metafísica nuestra herencia de la ignorancia, y por el filósofo nuestra capacidad congénita para conocer en términos de sujeto y objeto”.
Al abrir las puertas del subconsciente, como nos pide el psicoanálisis que hagamos, lo que sucede es que aparte de salir a flote nuestros complejos y recuerdos personales también se desencadenan todo el conjunto de fuerzas tenebrosas que habitan en él. Ellas no se esfuman o desaparecen por el simple hecho de “salir a la luz”, sería muy ingenuo pensar así, sino más bien se adhieren más fuertemente a la psiquis del individuo produciéndole mayores daños. También sucede que salen expulsadas hacia espacio y desde ahí se difuminan por doquier. Son las “influencias errantes” de las que nos habla la doctrina taoísta, “residuos psíquicos” que deambulan por el espacio buscando donde instalarse. Abrir esta puerta trasera (abajo) que conduce al subconsciente es de hecho muy peligroso, habría más bien que mantenerla cerrada y buscar la puerta delantera (arriba) que conduce a lo supraconsciente y a los “reinos celestiales”. Es por todo esta "desorientación metafísica" cuando Jung plantea que los arquetipos metafísicos provienen de "abajo" que su papel contribuye considerablemente a la confusión espiritual e intelectual contemporánea.