sábado, 4 de junio de 2011

El genio metafísico de Andrei Tarkovsky

Siempre me gustó la gente que es incapaz de adaptarse pragmáticamente a la vida.
El hombre que ha robado para no tener que volver a robar nunca, es un ladrón.
Nadie que haya sido capaz de traicionar sus principios puede tener una relación de pureza con la vida.

ANDREI TARKOVSKY (1986)

La narración debe tener dos clases tiempos. En primer término, un tiempo propio, tan real como el de la música, que condiciona su manifestación y desenvolvimiento. Pero también está el tiempo de su contenido, tan extremadamente relativo al tiempo imaginario de lo que se narra, que tanto puede coincidir con el tiempo real, musical, como estar a un mundo de distancia. El Vals de los Cinco Minutos dura cinco minutos (…) pero la narración de lo que ocurre en cinco minutos podría ser interminable.


THOMAS MANN, La montaña mágica


Andrei Tarkovsky es uno de los grandes del cine y en mi opinión el que mejor ha sabido generar con sus películas una atmósfera mágica de ensueño. Nada menos que Ingmar Bergman para corroborarlo: “Cuando el cine no es documento, es sueño. Por eso Tarkovski es el más grande de todos. Se mueve con una naturalidad absoluta en el espacio de los sueños; él no explica, y además ¿qué iba a explicar? Es un visionario que ha conseguido poner en escena sus visiones en el más pesado, pero también en el más solícito, de todos los medios. Yo me he pasado la vida golpeando a la puerta de ese espacio donde él se mueve como pez en el agua”.

Su obsesión por el encuadre y la composición de la imagen hacen que se parezca bastante a un pintor. Tarkovsky le imprime a la imagen una plasticidad que llega hasta la misma sensualidad, no en vano se le ha considerado como un creador de íconos continuando así con la tradición iconográfica que ha caracterizado a los rusos. Una de sus películas de mayor producción está dedicada a Andrei Rublev, el más grande creador de íconos de toda Rusia. 

El cineasta entiende la imagen cinematográfica como una entidad en sí misma con plena de sentido y con un tensión tal que termina convirtiéndola en una especie de absoluto: “es el mundo entero reflejado en una gota de agua”, nos dice. En su ensayo “Esculpiendo el Tiempo” escribe: “Es la expresión más plena de aquello que es típico, y cuando más plenamente lo expresa, más individual y original se vuelve. ¡La imagen es algo extraordinario! En cierto sentido, es más rica que la vida misma, quizá precisamente porque expresa la idea de una verdad absoluta”. 


                                              Andrei Rublev
                                                Stalker

Esta importancia que le otorga a la imagen cinematográfica como un todo absoluto hace que tenga muchos reparos con las técnicas de montaje, las que bastantes veces afectan y alteran el sentido interno de cada plano. Pablo Capanna, autor del libro “Andrei Tarkovsky: El ícono y la pantalla” del que extraigo las ideas de esta entrada, dice al respecto: 

“[...] el cineasta se ve obligado constantemente a equilibrar el ritmo interior y orgánico del plano con el orden artificial que le impone el montaje. El tempo lento que ostenta en sí mismo un plano sufre el abrupto corte del montaje y es sometido a un ritmo que le es ajeno cuando se integra, por ejemplo, en una secuencia de acción” [...] “si el tiempo es la materia del cine, la tarea del director será esculpir el tiempo. Cada plano cinematográfico recorta un trozo de realidad cargado de tiempo. El filme debe respetar su tensión interna, orquestando las partes en una temporalidad de otro orden. De esto derivará la crítica de Tarkovsky al montaje cinematográfico clásico, que yuxtapone los fragmentos, privándolos de su vida interior para someterlos a una retórica ajena”.



Para Tarkovsky el tiempo no es simplemente una mera secuencia de hechos, sino que representaba la dimensión espiritual de la existencia; lo definió poéticamente como “la llama en que vive la salamandra del alma humana”. El cineasta debía “esculpir el tiempo”, darle forma minuciosamente a cada plano para luego pasar a la fase del montaje. 

Las tomas largas acompañadas por las imágenes plásticas y el manejo escrupuloso que hacía de los sonidos/silencios producen en el espectador una tensión espiritual que es muy característico de sus películas. 

Más que retratar el drama psicológico de los actores, que por cierto conseguía hacerlo de una manera muy sutil y refinada, Tarkovsky se enfocaba en capturar la esencia de la naturaleza pura y desnuda. Son varias las escenas en donde el protagonismo recae en la naturaleza misma ya sea en el viento, en la lluvia o en el hermoso crepitar del fuego, eso acompañado de un silencio profundo que hipnotiza y conmueve al espectador. Un poco más y se llegan a oler los aromas de la tierra húmeda o el vapor concentrado del día lluvioso. 

Los diálogos, si bien cumplen un rol secundario, reflejan la inquietud metafísica y espiritual del director ruso, por más que se considerase a sí mismo un agnóstico. Queda claro que sus películas retratan una espiritualidad más de vena chamanística que una espiritualidad de modalidad religiosa. Mucho habría que decir sobre este maestro del cine, dejamos mejor algunos fragmentos de sus películas. 
                                                                                                



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