El escritor y crítico flamenco Joaquin Albaicin, en su obra “En
Pos del Sol. Los gitanos en la historia, el mito y la leyenda”, plantea la tesis
del origen hindú del baile flamenco y de su estrecho parentesco - en el fondo lo mismo - con el estilo kathak del norte de la India.
El kathak es una danza hindú milenaria que
busca representar los movimientos de los dioses haciendo un uso intenso de expresiones faciales
y movimientos rítmicos energéticos; su nombre significa “narrador de historias”, y se sabe
que en la antigüedad, antes que se instituyese en espectáculo cultural un tanto
supersticioso, sus bailarines y músicos vagaban errantes por el norte de la
India iniciando a las poblaciones en el conocimiento de la mitología arya.
Según Albaicin, el flamenco habría sido en sus inicios una danza ritual y sus movimientos un conjunto de alfabetos jeroglíficos de carácter iniciático.
Fue con la invasión de los musulmanes a la india en el siglo XI que los
gitanos o pueblo de Rrom, descendientes
de los clanes kashatriyas del norte de la India, decidieron
marcharse al exilio y emigrar hacia tierras lejanas en el Oeste hasta arribar a la joven
Europa.
El nombre que decide adoptar este pueblo nómade como título de su
clan - antes que el de gitano, que fue atribuido por los europeos - fue el de
Rromane Chave o Rrom, cuyo origen deriva de los hijos de Rama, rey kshatriya
anterior al ciclo de Krishna que gobernó el pueblo indio de Pendjan y que - al
igual que ellos - también sufrió el exilio.
Así pues, el primer bailaor flamenco habría nacido entre estos nómadas errantes y exiliados. Fueron luego las influencias bizantinas y otomanas las que le darían el aspecto estilístico que posee en la actualidad.
* * *
"El flamenco – del que sólo pueden los investigadores empezar
a reconocer algunas huellas en el siglo XVIII, precisamente a partir de la
sedentarización forzosa de los gitanos dictada por Carlos III – se divulga muy
tardíamente, empieza a comercializarse más tarde aún, y durante mucho tiempo es
tenido despectivamente por los andaluces, que ahora se atribuyen su gestación,
por algo propio de gente baja y, en particular, de gitanos.
La rigurosa verdad es que, hasta no hace mucho, el arte
flamenco (como corresponde a todo aquello que es considerado mistérico,
sagrado, propio de iniciados, de peligrosa e indeseable divulgación entre quienes
no comparten con sus custodios una misma filiación espiritual) prácticamente no
había sido visto ni escuchado por ojos u oídos de hembra o varón que no
tuvieran sangre kalí en los
vericuetos de los antebrazos, del mismo modo que el kathak (la danza del norte de la India más parecida al flamenco)
nació como danza sagrada que sólo se bailaba en los templos y nunca fue
interpretada fuera de los recintos sagrados hasta que los invasores musulmanes
la convirtieran en su danza de corte.
Su carácter de danza ritual, aunque las razones de tal
condición se hubiesen ya desdibujado mucho – adquiriendo naturaleza legendaria –
entre los gitanos del siglo pasado, no puede serle negada al flamenco. Ni
tampoco, para no incomodar a las instancias culturales que lo han querido
instrumentalizar para presentarlo como un producto cien por cien español, puede
esquivarse su definición de música exclusivamente tribal, autóctona de los
gitanos de la Península Ibérica.
El flamenco, en suma, es básicamente el resultado del
desgaste y la particular evolución que las líneas fundamentales del baile y la
música tradicionales hindúes, conservadas en un círculo hermético, tuvieron en
España. Y, contra lo que varios investigadores más bien duros de oído han
apresuradamente sentenciado, es, en virtud de esa raíz común, primo – más o
menos lejano, según los casos – de otros estilos musicales practicados por
zíngaros de diferentes países. Muchos de los pasos de baile propios de – por ejemplo
– los gitanos de Finlandia (que también son Kalé)
pueden con todo rigor ser calificados de equivalentes a los pasos por bulerías,
que – según nuestra opinión – tienen a su vez su origen en estilos hindúes como
el odissi,
el bharata natyan o el kathak. El parentesco del flamenco con
este último estilo es notorio, y lógico dados los avatares de la historia. La
función de los bailarines y músicos errantes conocidos como kathak (“narrador de historias”) era, en
la antigua India, iniciar a las poblaciones de las aldeas en el conocimiento de
la mitología aria y familiarizarlas con sus leyendas. Con la llegada de los
musulmanes en el siglo XI, los intérpretes de kathak se ven obligados a practicar su arte tan sólo en secreto,
dado que el Islam considera sacrílega toda representación plástica de lo
divino, y la representación de los dioses en forma humana es uno de los
elementos esenciales del kathak. De
ahí que la mayoría tuviera que ocultarse, que algunos buscasen refugio en
cortes hindúes y que otros, seguramente, se uniesen al éxodo de los rajput de Prithviraj Chauchan,
convirtiéndose en los primeros “bailaroes flamencos” de la historia.
Observando a los más grandes bailaores flamencos, me di
cuenta de cómo las poses y ademanes clásicos del baile gitano, y no solo del específicamente
flamenco (que es el que, con pronunciados trazos estilísticos, han desarrollado
los gitanos de la Península Ibérica), tienen su referente mítico en ciertas
familias de símbolos mistéricos: alfabetos sagrados de la Antigüedad remota
(como el rúnico, el sánscrito y otros).
Me di cuenta de cómo, al ocultar y al mismo tiempo expresar
un sentido sagrado, un misterio, forzosamente habría el baile nacido como danza
ritual, como expresión religiosa de dicho misterio, como recreación – con el
compás con el nexo conductor – de aquellos alfabetos. Y de cómo cada ademán clásica
y genuinamente flamenco representa, en el baile, una runa – si se nos permite
esta expresión – o letra y, por tanto, contiene – contuvo – un significado. Y
de que el baile flamenco es un mensaje en clave, un código cifrado. Y de cómo
las tablas de los escenarios se convierten, cuando un bailaor gitano las pisa,
en el remedo ritualizado de aquellas estelas de piedra donde, en el pasado,
fueron esos mismos alfabetos sagrados.
No escribo desatinado por una fantasía desorbitada ni por afán de novelería. No hace falta que busquemos en los restos de ninguna cultura marginal del corazón de Australia o Brasil. Aún hoy, todos y cada uno de los movimientos de los bailarines y bayaderas de kathak, en la India, no pueden ser objeto de "actualización" estilística alguna, porque su único fin es el de reflejar con la máxima fidelidad posible los movimientos de los dioses.
Por supuesto que toda postura que el cuerpo humano adopte, ya en la danza, ya con motivo de cualquier otra actividad o deseo, es en cierto modo universal. De ahí que la danza en sí, y no el baile gitano o el indio en exclusiva, merezca en sus orígenes el calificativo de ritual. Pero esa antigua condición suya es más pronunciada en el baile gitano - porque es un baile tradicional - que en otros estilos de contemporánea acuñación nacidos para el puro ocio o - en el caso del rock´n´roll, por ejemplo - como vías de manifestación de un instinto artístico meramente profano."