La única manera de comprender el estado actual de injusticia
y “caos organizado” en el que vivimos es haciéndolo desde la perspectiva de las
enseñanzas tradicionales y su doctrina cíclica del devenir histórico.
El punto de vista
moderno fundamentado en las ideologías del “progreso”, “evolución”, “pragmatismo
tecno-cientificista” o “bienestar material” no tiene cómo explicar el abismal desequilibrio
socio-económico en el que vive la humanidad ni tampoco la destrucción prometeica
de la naturaleza que viene realizando hombre moderno desde que dio origen al desarrollo titánico de la maquinaria
industrial.
Nos hemos acostumbrado al capitalismo economicista que todo
lo contabiliza y a la industria tecno-cientificista que es un verdadero cáncer para el planeta, pero estos fenómenos estrictamente modernos
solo pueden ser la consecuencia lógica y directa de encontrarnos en la fase
terminal del Kali Yuga. No tienen ninguna otra explicación lógica posible. La verdadera dimensión de estos fenómenos contra-natura
no puede ser comprendida desde la óptica del humanismo y su miopía intelectual.
Es imposible que la ética actual del hombre moderno sea
consecuencia de una evolución y progreso humano, no tiene sentido, por
lo tanto la tesis moderna que considera a la civilización burguesa occidental
europea como la más desarrollada y al hombre moderno como el más inteligente es
una tesis errónea. La mayoría no lo reconoce conscientemente pero en su modo de
actuar inconsciente y cotidiano se refleja claramente este sentimiento de superioridad. La mayoría de occidentales consideran que su civilización es superior a la de los orientales.
La inteligencia no se restringe a lo cerebral-racional,
menos aún a lo emocional-afectivo como apuntan las nuevas tesis post-modernas
que se presentan bajo la etiqueta novedosa de “alternativas”, ella más bien
debe extenderse hacia los dominios de la inteligencia intuitiva
intelectual.
El intelecto es una facultad cognitiva supra-racional
mediante la cual se concibe al ser ontológico (y al no
ser); una vez concebido
intelectualmente la información ontológica desciende para ser procesada a las
facultades cognitivas individuales, a saber la razón, la imaginación, la
memoria y la emoción o el sentimiento.
Esta última palabra, el sentimiento, puede ser transpuesto a
un sentido superior y diferenciarse de la emoción infra-racional afectiva. Así
pues el ser puede sentirse dando lugar a la beatitud y a
la hermosura (la belleza es otra cosa), pero el sentimiento sin la concepción
intelectual del ser deriva en afección emotiva intrascendente.
La concepción
intelectual no es la imaginación plástica, la primera es una operación
cognitiva trascendente y activa mientras que la segunda es una operación
cognitiva receptiva y pasiva. Cada una tiene su propio orden,
naturaleza y función; con el intelecto penetramos el mundo espiritual de la
esencias inmutables y con la imaginación ingresamos al mundo fascinante de la
sustancia sutil que cosmológicamente corresponde al “mundo intermedio” entre la
materia solidificada y la esencia informal.
La razón es una facultad analítica y discursiva que abstrae
bajo una modalidad sucesiva y lineal, su naturaleza comprende la dimensión lógica del
ser, el intelecto en cambio es una
facultad supra-individual que realiza integraciones
sintéticas bajo una modalidad in-mediata y simultánea, es decir que escapa
a los dominios del tiempo sucesivo para instalarse en los dominios de la simultaneidad. Su naturaleza es el ser, lo supra-lógico.
Tanto en la antiguedad griega como en el escolástica medieval los filósofos distinguían entre la operación intelectiva llamada nous y la operación lógica-racional llamada ratio. Ambas eran pues dos facultades cognitivas distintas. Por medio del intelecto se accedía al ser universal y de esta manera se lo experimentaba directamente sin necesidad de una creencia o fe de por medio.
Fue primero Gillermo de Ockham con su teoría nominalista quién comenzó a poner en duda la realidad operativa de la intelección cognitiva, pero quien terminó por anularla y eliminarla completamente de la historia moderna de la filosofía fue Rene Descartes. Lo que hace el filósofo francés es equiparar e identificar ambas facultad cognitivas reduciendo así el nous a la ratio. A partir de ese momento intelecto será sinónimo de razón y perderá así su verdadera función intuitiva supra-racional.
Efectivamente ha habido un progreso material en Occidente como
consecuencia del curso naturalista y particularista que ha seguido el
pensamiento moderno desde sus inicios en el siglo XIV, a diferencia del
pensamiento tradicional-contemplativo que se ha mantenido siempre centrado y enfocado en lo universal, pero este progreso material no es de ningún modo sinónimo de
progreso espiritual o intelectual.
Con la aparición del darwinismo, hipótesis profundamente
racista y descabellada propia también de las posibilidades negativas que deben
desarrollarse en el Kali yuga, la idea de una superioridad espiritual e
intelectual del Occidente europeo moderno por sobre las demás civilizaciones
tradicionales no-occidentales comienza a afianzarse fuertemente. No es casual que justo por aquella época comenzasen a gestarse las teorías racistas ocultistas que darían lugar más tarde al nazismo.
Occidente, y de un modo más específico el espíritu moderno anti-tradicional
incubado en el Occidente a finales de la Edad Media e inicios del Renacimiento,
se siente así con el derecho de imponer
a la fuerza, gracias a su progreso material conseguido efectivamente en
desmedro de la metafísica, su cultura “evolucionada”
y “progresista” al resto del planeta. Esto es lo que vemos en la actualidad con
la expansión planetaria del euro-americanismo y la consiguiente mundialización
y occidentalización del planeta. De una colonización territorial se ha pasado a
una colonización mental: es el neo-colonialismo que aún se mantiene vigente…
Es cierto que dentro de la modernidad existen elementos que son mejores que otros, como por ejemplo el respeto a las libertades y derechos individuales propio de las democracias liberales en contraposición a los totalitarismos
dictatoriales, pero en el fondo ambos sistemas de gobierno son por naturaleza contrarios a
la norma tradicional y expresiones directas de la edad oscura en la que nos encontramos.
Aunque resulte difícil de creer en las sociedades antiguas el hombre y
la mujer vivían mucho más libres de lo que vive el hombre moderno, a pesar de no
existir las ideologías modernas del laicismo, el secularismo, el liberalismo,
el individualismo o el humanismo.
La libertad individual exterior es un sofisma, un
espejismo y una cruel ilusión en donde la persona
mental cree verse “independientemente” libre y liberada. La verdadera libertad
es la liberación interior, pero qué puede
saber el hombre moderno de ese “manjar de los dioses”…
En la antigüedad se vivía en la naturaleza, en los bosques,
y los burgos, de dónde emergen las ciudades y las metrópolis símbolos del
sedentarismo más decadente, aunque no todo sedentarismo sea decadente por naturaleza, esos
burgos y ciudades burguesas focos de todo tipo de corrupción
casi ni existían. Los “ciudadanos” antiguos eran naturalmente libres,
integrados en sus comunidades familiares y en sus respectivas tradiciones..
Esa idea de que las sociedades antiguas eran cerradas,
estáticas - en sentido negativo - y que por ende no existían “libertades
individuales”, o sino que la mujer era una esclava a diferencia de hoy que
supuestamente ha conseguido liberarse, son mentiras inventadas interesadamente
por la inteligentita moderna.
Las sociedades antiguas eran orgánicas y comunitarias, es
decir mucho más solidarias que las sociedades individualistas de la modernidad
que entienden la convivencia en función del éxito y la competencia egoista. El
comunitarismo orgánico tradicional, como el allu andino o la umma islámica por
ejemplo, no tienen nada en común con las formas modernas de colectivismo que han sido el comunismo y ahora el socialismo reciclado. A ellas las rigen principios completamente
diferentes y equipararles como hacen los sabios modernos es otra muestra de
supina ignorancia o malevolencia.
El dinamismo tan celebrado de las sociedades modernas es de carácter
exclusivamente economicista. La nueva designación moderna de “clases sociales”
para clasificar a la sociedades burguesas post-medievales (esta palabra tan anti-progresista genera horror en los modernos) responde a este economicismo
cuantitativo y se fundamenta en el más puro y duro ingreso monetario. Es un dinamismo cuantitativo y groseramente monetario.
La doctrina de castas
tradicionales en cambio se rige no por una clasificación racial como malintencionadamente
la entiende el hombre moderno sino más bien por una clasificación jerárquica de
funciones o vocaciones espirituales. Y no es del todo estática pues existe la
opción de ascender o descender a través de ellas según la genuina predisposición
intelectual de los individuos.
Lo que prima en ellas no es la adquisición monetaria,
fetiche únicamente moderno y prueba de su aberrante
concepción mercantilista del mundo puramente profano y desacralizado, sino más
bien prima el conocimiento en su sentido más puro repartida jerárquica y
proporcionalmente entre las cuatro castas principales que rigen en todas las
sociedades tradicionales. Este conocimiento de casta se transmitía por medio del
oficio respectivo y de este modo el trabajo se glorificaba no como ahora que se
ha convertido en la manera más efectiva de esclavizar a los hombres.
Con respecto a cómo el
hombre moderno viene destruyendo inmisericordemente la naturaleza, pues definitivamente
esto es mucho más grave de lo que
designa la jerga “ecologista” con su “impacto medioambiental”. El ecologismo es
una ideología más de la modernidad no exenta de intereses políticos por un lado
y por el otro de una tremenda ingenuidad.
Analizado históricamente dicho movimiento aparece como una
reacción sospechosamente tardía al impulso titánico tecno-industrial del hombre moderno. Lo curioso del ecologismo es que le ha pasado lo mismo que al
movimiento hippy de los años 60, a saber, que ha sido absorbido por el
capitalismo. O, quien sabe, quizá fue el mismo capitalismo -fuente del desarrollo
industrial- quien lo inventó para calmar y distraer a sus enemigos agarrándolos de
“tontos útiles”. El verdadero ecologismo no puede ser aliado del capitalismo,
así de simple, y los que creen que sí pues pecan de ingenuos o de convenidos.
Los antiguos no eran "ecologistas" y sin embargo su amor y
respeto por la naturaleza era cualitativamente infinitamente superior al del ecologista moderno. El hombre antiguo y tradicional, que no significa anticuado ni
anacrónico y que por lo tanto resulta factible hablar de una actualización
contemporánea de su concepción del mundo tal como lo ha planteado Guenon, este
hombre antiguo y tradicional consideraba a la naturaleza de una manera sagrada,
es decir, de una manera no materialista sino más bien trascendente.
Para los griegos la palabra naturaleza designaba no
solamente la corteza exterior geográfica percibida por los sentidos sensoriales
sino también una modalidad sutil que le era implícita. Así pues la naturaleza
era algo realmente orgánico y vivo con alma propia, de donde toda la mitología
de los seres sutiles de la naturaleza en forma de genios, duendes, hadas,
gnomos, etc., y en ese sentido era la naturaleza un hogar sagrado.
Luego con el advenimiento del pensamiento moderno y su
ciencia empírica-racional el concepto de naturaleza deviene en algo
estrictamente material y sensual. Se amputa así su dimensión sutil, aquello por
lo cual la naturaleza se sacralizaba y se convertía en reflejo simbólico de lo
sobrenatural, y entra en una era de profanación. Se la pasa a considerar como un ente inerte, inorgánico y mecánico y es por esto que el hombre moderno comienza a
dar rienda suelta a su instinto tanático de destrucción en paralelo con su avaricia lucrativa.
Pues bien la ecología es una ciencia post-moderna que ha
surgido bajo los mismos principios de la modernidad que percibe la naturaleza
como inerte y sin vida; es una ciencia materialista que puede tener buenas
intenciones pero que en el fondo es creación del mismo capitalismo y poco puede
hacer para revertir la situación actual. La ética ecológica continúa siendo profana y superficial..
Como decía al comienzo la crisis perenne que vive el mundo contemporáneo post-moderno, y que ha sido causado principalmente por las ideas-fuerzas que han dado vida a la modernidad, esta crisis perenne es consecuencia de los efectos terminales del presente ciclo humano. Para comprender la verdadera magnitud de sus daños y poder así hacer algo realmente positivo al respecto es necesario retomar el estudio serio de las enseñanzas tradicionales y actuar conforme a sus premisas metafísicas y cosmológicas.
Lo fundamental es desembarazarse primero lo más que se pueda, cada quién según sus propias posibilidades, del espíritu moderno anti-tradicional en todos los ámbitos posibles: políticos, filosóficos, artísticos, sociales, económicos, etc.