viernes, 5 de abril de 2013

Biologización del Eros

Encuentro este texto muy interesante titulado “Ética Cristiana y Metafísica del Sexo” que no está firmado por ningún autor. En él se muestra el estrecho vínculo que une al fenómeno moderno de la “biologización del eros” con la inevitable rebelión de los khsatriyas propio de todo proceso cíclico descendente. 

Una crítica muy lúcida a la concepción moderna del erotismo que no ve en Eros, aquel genio o demon como lo llamó el divino Platón, nada más que mero placer (hedonismo) y necesidad reproductiva (instinto animal). El erotismo en realidad, desde una perspectiva metafísica y tradicional, constituye – entre varias otras cosas más – la potencia mágica que llevamos dentro de nosotros para realizar “una obra de restauración andrógina”.

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"Bajo la perniciosa influencia del freudismo, somos hoy casi incapaces de contemplar la sexualidad de otra manera que como instinto generador de placer. Hablar hoy de "metafísica del sexo" parece pues, a la mayoría de nuestros contemporáneos, paradójico, es decir, absurdo, cuando no simplemente ridículo. La metafísica del sexo rechaza abordar el fenómeno sexual solo como instinto libidinógeno o como principio puramente biológico de procreación. A estas dos concepciones unifuncionales de la sexualidad, a estos dos reducciones, que más allá de su apariencia divergente, se confortan recíprocamente en favor del clima mental antitradicional propio del mundo actual, la metafísica del sexo oponen su concepción plurifuncional y totalista de la sexualidad, una concepción donde los diferentes aspectos del fenómeno sexual se organizan jerárquicamente y que culmina en el reconocimiento de su dimensión trascendente. El instinto sexual manifiesta por parte de los individuo diferenciados, la voluntad de encontrar la Unidad primordial, la síntesis totalizante de los orígenes, la coincidentia oppositorum cuyo reflejo mítico no es otro, en el caso que nos ocupa, que el famoso mito del andrógino evocado especialmente por Platón.

Una de las mayores preocupaciones de Evola fue el sistematizar, a la luz de los múltiples testimonios de las civilizaciones tradicionales, esta metafísica del sexo que ve en la unión del Hombre y de la mujer "una obra de restauración andrógina". Guenon, por su parte no aborda la cuestión más que episódicamente y, frecuentemente, para subrayar el papel del amor en la iniciación heroico-guerrera y su lazo con la naturaleza emotiva propia del Khsatriya

En el marco de la sociedad tradicional ideal, el amor sexual es vivido por cada uno como "obra de restauración andrógina", tensión hacia la Unidad primordial. Hasta en sus manifestaciones físicas, la relación amorosa es sacralizada. Esta sacralización se da a escala de la masa, lo que no impide sin embargo la existencia de una élite capaz de renovar contacto con la Unidad primordial por otras vías que la erótica: el conocimiento y la acción. La sexualidad es una apertura trascendente acordada al tipo humano no apto para realizarse interiormente según las modalidades superiores, metafísica y heroica, de realización del ser. Las consideraciones que preceden implican inmediatamente la existencia de una jerarquía de tipos humanos. Pero esta jerarquía es considerablemente flexibilizada por el hecho de que los diferentes tipos humanos que la componen tienen en común su convergencia hacia la trascendencia, la cual constituye el fundamento de la solidaridad tradicional, más allá de la desigualdad cualitativa de los tipos y de sus vías respectivas.

La tensión metafísica propia de la espiritualidad de los orígenes -y, consiguientemente, de la sociedad primitiva tal como la representa el verdadero tradicionalismo- no tarda en relajarse. Los efectos de esta relajación se observan tanto a nivel de tipo humano superior como al del hombre ordinario y de su representación del eros. Paralelamente a la distinción, tras la separación de los ideales del conocimiento y de la acción, se produce la "biologización" del mismo eros confundido con el instinto de la reproducción, es la forma procreadora de la "biologización". En la segunda fase, el eros es asimilado al instinto de gozo, a un principio de puro placer, a la Libido freudiana: es la forma hedonista de la "biologización".


Cuando se disocian, en el seno del tipo humano de élite los ideales respectivos de conocimiento y acción el primer paso de la decadencia es franqueado. La involución está en marcha desde el momento en que aparece el dualismo entre el Bhraman y el Khsatriya. La ruptura misma de la síntesis original condiciona el declive de sus dos elementos constitutivos ahora disociados. Privado del soporte de la acción, el conocimiento degenera primero en contemplación pura y luego en fe. Amputado de su fundamento intelectual, la acción se degrada primero en heroísmo guerrero y luego en "voluntad de poder". Durante un cierto tiempo subsiste, en el marco de un dualismo distintivo, el recuerdo de la fuente metafísica común a ambos ideales. Es la época donde la contemplación pura y el heroísmo guerrero coexisten pacíficamente y donde, así como demuestra el ejemplo de la Edad Media, no parece imposible, a escala restringida, la restauración de la unidad primordial del clérigo y del guerrero. Pero pronto apareció el dualismo separativo donde el recuerdo de esta unidad primordial se había perdido definitivamente, el poder temporal de los guerreros en lucha contra la autoridad espiritual de los clérigos.
Es la revuelta de los Khsatriyas que denuncia Guenon. Un voluntarismo belicoso y depredador sumerge el mundo con tanto mayor fuerza en la medida en que los mismos Bhramanes han perdido la tensión metafísica propia del ideal original del verdadero conocimiento y no oponen más energías al desencadenamiento de las pasiones más que las vulnerables barreras de la devoción y la fe.
Volveremos a la caballería guerrera y a su concepción del amor para constatar que existe una seudocontradicción análoga a la que algunos imaginan poder descubrir en la concepción caballeresca de la fe. En su pusilanidad y su estrechez de miras, los modernos tachan de hipocresía suprema el culto a la mujer que excluya la posesión física. Esta aparente paradoja no se explica más que a la luz de las condiciones propias de un cierto tipo humano ligado a un momento dado de su ciclo. Para un guerrero cabido en la degeneración voluntarista pero que no ha perdido enteramente el contacto con la trascendencia -poco importa que este contacto relativo se establezca según las modalidades ya devaluadas de la espiritualidad de la edad de plata-, para este tipo de hombre, pues, el sexo es un obstáculo a la forma de "despertar" que es capaz de alcanzar, al igual que el miedo y la potencia material, como dice una máxima tradicional oriental. Para este tipo de hombre es necesaria pues la dolorosa elección entre la dispersión donjuanesca de una parte, a la cual predispone generalmente su naturaleza física pero que convierte en problemática, incluso imposible, cualquier búsqueda de orden espiritual y, por otra parte, el culto platónico de lo femenino en sí encarnado, por las necesidades concretas del heroísmo, por una "Dama" electiva que será generadora de "despertar" en la medida misma de su alejamiento corporal. Hay lugar a insistir en el carácter desgarrador y trágico de tal opción existencial a fin de que los modernos imbuidos de psicoanálisis freudiano no vean en el platonismo del amor caballeresco la coartada de la impotencia sexual, la excusa sublimadora de la frigidez, el refugio de aquellos que hacen virtud de la necesidad.

Habida cuenta, de una parte, el carácter aleatoria de una reaparición de la metafísica tradicional del sexo en la sociedad moderna decadente y, de otra parte, la poca consideración de que son dignos, fuera de su valor de testimonio de una crisis, los fenómenos actuales como la sexualidad pandémica, la obsesión erótica y el donjuanismo desenfrenado, existe para el hombre de hoy tres maneras de pensar y de vivir el amor: el matrimonio burgués ("forma social" que ya hemos puesto de manifiesto en la precedente cita de Evola), el amor romántico y el amor caballeresco. Frecuentemente asociado a intereses económicos (la fortuna no debe "salir de la familia") o a un simple orgullo social (la supervivencia del "nombre"), la tendencia procreadora del matrimonio burgués, si no se acompaña de otra cosa se alinea sin duda en el concepto de "biologización" del eros. El amor romántico puede ser vivido en el interior del marco de la conyugalidad burguesa. Tal es la concepción cristiana que puede calificarse de romántico-burguesa y que es superior a la concepción burguesa pura y simple al igual que esta última es superior al mero pansexualismo hedonista. Pero el amor romántico puede también ser vivido fuera del contexto socio-conyugal burgués, en la medida precisa en que este no revista más que un carácter formalista. El amor caballeresco puede ser considerado como una especie de romanticismo superior cuyo carácter platónico de testimonio de una "metafísica del sexo" en Potencia. La potencialidad de reintegración espiritual del eros confiere a este tipo de amor una justificación frente a los imperativos de la pequeña moral utilitaria, social y familiar. Que esto no se convierta por tanto en una coartada susceptible de excusar cualquier relación extra-conyugal. En este terreno como en otros, hay dos maneras de superar lo que Evola llama el "burguesismo": por lo bajo y por lo alto. De un lado el amor infra-conyugal de los seductores de baja estofa y de los obsesos por el falo y la vagina. De otra el amor supra-conyugal, caballeresco o romántico, idealización platónica o el abrazo exaltador, culto lejano del eterno femenino o los encuentros cotidianos de amantes, admiración intelectual y estética o fusión palpitante de dos seres de huesos carne y sangre.

Una cierta "sociología de la sexualidad", en cabeza de la cual se encuentra Helmuth Schelsky, ha introducido en el fenómeno sexual una cuarta dimensión, la dimensión afectiva en el sentido biológico del término. A las tres funciones generalmente reconocidas por los sexólogos modernos inmunizados contra la perversión freudiana -la función hedonista, la función reproductora y la función emotiva- ha venido a añadirse la "función de selección del partener". Esta escuela sociológica insiste en el fundamento estríctamente monogámico pretendidamente inherente a cualquier sociedad tradicional. Tal contra-verdad no puede explicarse más que mediante el deseo de revalorizar el matrimonio en tanto que cimiento social. La "nueva escuela" de derecha se ha apresurado a recuperar estas ideas, probando ipso facto que su objetivo verdadero es, bajo la cobertura de un tradicionalismo reconciliado con el espíritu científico, el reajuste de una ideología burguesa duramente sacudida por el marxismo y el izquierdismo. Pues su tradicionalismo reconciliado con el espíritu científico, el reajuste de una ideología burguesa duramente sacudida por el marxismo y el izquierdismo, es de carácter sociológico y horizontal. La religión y el amor, los valores espirituales y morales, lo que un marxista llamaría la "super-estructura" es contemplada, no en la perspectiva absoluta, en su relación con el orden metafísico necesario sino en una óptica utilitaria, como consolidación virtual del orden social contingente, el de los privilegios de la fortuna y del bios."

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