Ambas religiones, la de los beduinos del desierto arábigo y la de los vikingos del hielo polar, la religión de Allah y la religión de Wottan, ambas presentan características comunes que nos hablarían de una predisposición temperamental también común entre estas dos razas distintas.
* * *
"El bagdadí Ibn Fadlan, un escritor árabe que convivió con
los vikingos durante una travesía que duró varios años, dice de ellos:
"son guerreros y a la vez comerciantes. Poseen armas y también
instrumentos". Como los mismos árabes, cada cosa según las circunstancias.
Esta observación de aquel gran viajero musulmán, enciende la chispa de un fuego
común, sustentado por una serie de similitudes existente entre los pueblos que
acogieron el Islam en sus primeros tiempos y la religión escandinava propia de
los antiguos europeos.
Ya hemos mencionado la adoración de un solo Dios -Allah,
Wottan- que comparten los escandinavos y los árabes. Los mensajeros que se
mencionan en las diversas sagas nórdicas son, como el Profeta de los árabes, a
la vez líderes relligiosos, jefes de estado legisladores y guerreros. Ambas
creencias proclaman la existencia de una vida post-mortem, de un infierno y de
un paraíso. El paraíso de los musulmanes -Al Jennah- es llamado Walhala por los
escandinavos. En ambos coinciden simbologías casi idénticas. Las huríes del
paraíso musulmán son las walkirias del Walhala. Allí se sirven bebidas
embriagadoras que no perjudican, el vino mezclado con gengibre y alcanfor de
los musulmanes o la miel fermentada de los vikingos. El mercado del Paraíso es
el campo de batalla del Walhala, donde los cuerpos son también reparados y
resucitados para una nueva jornada, entendiendo que para los germanos el noble
placer de la lucha es equiparable al placer del comercio para los musulmanes.
Otros detalles similares existentes en ambos paraísos no pueden provocar sino
nuestra admiración, pues difícilmente podríamos encontrar entre todas las
tradiciones de la tierra, otras dos más semejantes entre sí.
Ciertas creencias ancestrales del pueblo germano
profundamente incrustadas en su tradición, han tenido que subsistir en nuestros
días al margen de la doctrina cristiana, reducidas al mundo de la fantasía,
como pueden ser la creencia en trols y duendes, coincidentes con el abierto
reconocimiento por el Islam de todo tipo de genios y ángeles, sobre quienes al
igual que en los países de origen celta y escandinavo aún perdura una extensa
literatura árabe. Finalmente no puede pasarnos inadvertida la veneración que
sienten ambas tradiciones hacia los guerreros que defendiendo la integridad de
los miembros de la comunidad de creyentes, mueren en el campo de batalla. En
ambas tradiciones son considerados mártires a los que Dios preserva de las
penalidades del paso a la otra existencia y a quienes reserva las más altas
cotas de Su proximidad.
No disponemos de toda la información que desearíamos
sobre la religión de los escandinavos, pero es indudable que su preeminente
carácter guerrero no está circunscrito a algo externo o infantil, sino que por
el contrario y al igual que el Islam, predica fundamentalmente el coraje
necesario para vencer al ser inferior o egóico, como se deduce de una perspicaz
interpretación de sus diversas leyendas cosmogónicas. Vemos en la antigüedad
nórdica mitos como el de Odín colgado de un árbol y sin un ojo, como modo de
acceso a una realidad superior. Se trata de una prenda que ha de ser entregada
por quienes desean alcanzar las Tierras Celestes, y aventuramos la posibilidad
de que se trata en concreto de la renuncia a la visión dual propia del mundo de
la manifestación, imprescindible para acceder a la visión espiritual del Dios
Único. Con lo anteriormente dicho podemos enlazar en su función las viejas
sagas noruegas originales con escritos magistrales andalusís como el
"Tratado de la Unidad" de Ibn al-Arabi de Murcia.
Así, esta alternancia de los esfuerzos humanos entre la
protección de la comunidad y la consecución del dominio sobre uno mismo,
coincide nítidamente con la referencia que sayidina Mohammad hace a la pequeña
yihad (esfuerzo por salvagardar la integridad material de los miembros de la
sociedad) y la gran yihad (esfuerzo interior contra las pulsiones inferiores o
como la denominan algunos sufíes, la lucha contra nuestro propio ego).
Ciertamente nada sería en apariencia más distinto que un
vikingo de un beduino, pero como método de enseñanza sutil, los extremos se
tocan. La soledad y la inclemencia propias del terrible desierto arábigo sólo
son equiparables a los desiertos de hielo polar, las implacables tormentas de
arena, con las avalanchas de agua y granizo. Ambos pueblos son en el buen
sentido de la palabra pueblos nómadas, es decir pueblos amantes de la libertad,
conscientes de la condición de tránsito de la existencia humana y del regalo
efímero de esta vida. Obligados a desplazarse por sus respectivos desiertos en
pos de agua, pastos, caza o del comercio, hicieron uso de distintas monturas,
camellos para atravesar mares de dunas y navíos para surcar las olas de los
océanos.
En sus orígenes, ambos pueblos gustaron de la poesía y de
bebidas alcohólicas fuertes para amenizar la vida social durante las largas
veladas en que pernoctaban bajo la bóveda celeste. Sería mucho después que
vendría para el pueblo árabe la prohibición del alcohol de la mano del último
Libro revelado, como ha venido al final del siglo pasado para los escandinavos,
de la mano disuasoria de sus propias autoridades civiles.
Ambos pueblos veneraron a sus poetas y bardos, porque
para ellos la palabra hablada encerraba un misterioso poder de evocación.
Cantaban la belleza de los signos de Dios en la naturaleza y especialmente la
de sus mujeres, ante las que sucumbían con sinceridad y desprendimiento. Se
ensalzaba también el vigor y la valentía de los guerreros, a quienes el canto y
la danza unía en una feliz comunión. Miraban mucho a las estrellas por las que
se guiaban, pues a menudo tenían que viajar de noche.
El beduino y el escandinavo comparten como hemos dicho
antes la veneración por la palabra, y cuando ésta adopta forma escrita, se la
dota de connoctaciones esotéricas y poderes premonitorios. En árabe existe un
sistema de desciframiento del significado oculto de las palabras por medio de
un sistema de números y letras (uno de ellos es el sitema Abyad, especialmente
desarrollado por la tariqa naqshbandiyah). Las runas, es más conocido, son de
por si profundos arcanos capaces de desplegarse en busqueda de mensajes
ocultos. Por ello, la caligrafía del alifato y de las runas representa en ambas
tradiciones una ciencia sagrada reservada a individuos seleccionados y una
oportunidad a la par que una obligación de manifestar la belleza y la
creatividad divina, modulando como si de la propia voz esculpida se tratase la
expresividad del sonido, en la roca o en el pergamino.
Ambos pueblos ensalzaron y promocionaron los valores
viriles, único baluarte de supervivencia frente al riesgo cierto de degradación
presente en toda comunidad humana. El hombre y la mujer realizaban actividades
perfectamente diferenciadas. La mujer germánica como es habitual en las
civilizaciones tradicionales ocupaba una relevante función al frente del
gobierno de la casa y la educación de los hijos. Con una sorprendente similitud
con la sharia o ley islámica, los niños permanecían bajo la custodia materna
hasta la edad de ocho años. A patir de ese momento, el menor acompañaba a su
padre en las expediciones comerciales o quedaba bajo la custodia de un mentor o
un anciano. Imitando a los hombres de la tribu, el joven aprendía a defenderse
a si mismo adquieriendo los principios éticos de una incipiente caballería
espiritual, ejercitándose en el uso de arco y de la espada, del modo en que lo
hacían los sahaba, los compañeros del Profeta. La espada vikinga, como la
espada árabe, será objeto de veneración por ambos pueblos, que le dan nombres y
le atribuyen cualidades casi humanas y portentosas.
Para finalizar con las constantes similitudes entre estas
dos tradiciones, ambas comparten el gusto por lo geométrico en una decoración
con la que envuelven todos los objetos de uso cotidiano y en cuanto a la
vestimenta, la barba profética, las ropas anchas y los abrigos con capucha
entre los hombres, y el velo entre las mujeres.
Tal como pretendemos haber podido demostrar, las
similitudes entre el pueblo escandinavo y el pueblo árabe en su espiritu
original y entre sus respectivas tradiciones reveladas muestran una identidad
casi sospechosa. Nuestros arrianos reyes godos mantuvieron durante centenares
de años y sin solución de continuidad la fe en un Dios Único, primero como
pueblo germánico y después como cristianos arrianos que emparentaban con la fe
de Abraham. Polígamos, guerreros, unitarios vehementes, pasarían muchos años
antes de dar los primeros signos de decaimiento, cuando estos hombres que tan
sólo temían que el Cielo cayera sobre su cabeza empezaron a ser dominados por
las autoridades eclesiásticas romanas. Gentes de sinceridad, dificilmente
habrían podido sustraerse a la resplandeciente luz de la revelación
muhammadiana, y como era previsible no lo hicieron, siendo de los que en cuanto
la conocieron, abrazaron voluntariamente el Islam y la sunna. Enfrentados en
una última guerra civil, aquellos antiguos arrianos se batieron con quienes
pretendían instaurar las nuevas creencias trinitarias, y con el resultado de su
victoria, enarbolaron por primera vez desde Tanger hasta Toulouse, el
estandarte de sayidina Mohammad, el Sello de la Profecía".
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