Artículo escrito por el tradicionalista Joaquin Albaicin sobre la enigmática y aventurera vida de Isabelle Eberhardt, la primera mujer europea (aunque fue rusa en realidad) que se convierte al Islam. Una mujer muy culta y transgresora de las falsas costumbres burguesas europeas que encuentra en el Islam una forma de vida rebosante de pureza y primordialidad.
Con una prosa exquisita escribió solamente algunos pocos cuentos, artículos periodísticos y unos cuantos diarios personales en los que logra retratar el hechizo mágico que le causó el descubrimiento del Islam, la religión nómada del desierto.
Se mudó junto con su madre a vivir al norte de África, pero lamentablemente muere a muy temprana edad debido al desborde de un río que arrasó con la casa en la que vivía. Sus diarios junto con algunos cuentos fueron encontrados y eso es lo único que se conoce de su obra literaria.
De temperamento singular no vaciló en disfrazarse de hombre y comportarse como tal para acceder a lugares en los que estaba prohibido el acceso a las mujeres. Tuvo un activismo político en contra de los colonizadores franceses y se cuenta que tuvo una extensa vida amorosa...
En torno suyo se ha creado una leyenda muy grande, algunos incluso han llegado a emparentarla con el mismo Rimbaud, pero quién mejor que el poeta gitano Albaicín para darnos un vivo retrato de este interesantísimo personaje.
***
Isabelle Eberhardt: La fascinación por el Desierto
Múltiples
voces del mundo de la literatura, la edición y el cine se alzaron para pedir
que 2004 fuera declarado en Francia año literario de Isabelle Eberhardt. El
documental sobre su vida de la realizadora tunecina Raja Amari, firmante de la
premiada Satin rouge, está ya en marcha. ¿Quién fue aquella nómada
impenitente inmortalizada en la gran pantalla con las facciones de Mathilda May
y de cuya muerte se cumple el centenario?
Sin duda es la antología comentada debida a Eglal Errera,
la escritora francesa nacida en Alejandría, publicada en la colección de
biografías femeninas de Circe, la mejor introducción en lengua castellana a la
fascinante personalidad de la soñadora rusa cuyo personal y borgiano libro de
arena integran unos pocos cuentos, reportajes y novelas, sus diarios y un
predecible óbito en la flor de la vida. Aunque quiera la leyenda hacerla hija
de Rimbaud, el padre de Isabelle fue Alexander Trofimovsky, pope ruso amigo de
Bakunin y discípulo de Tolstoi por el que su madre abandonó a su marido para
establecerse cerca de Ginebra, en una villa consagrada por sus antiguos dueños
al cultivo de plantas exóticas y, a partir de su llegada, lugar de tertulia y
pernocta para toda laya de prófugos de Siberia y conspiradores varios.
Sus diarios y cartas no esclarecen por qué vía incubó la
pasión por el Islam una adolescente que, educada por Trofimovsky, jamás puso el
pie en un colegio y creció en un ambiente antirreligioso. Parece que las
primeras noticias directas de África le llegaron con apenas 16 años, en su
cruce de epístolas con un joven militar francés destacado en Argelia, y que
afianzó el interés su amor por un funcionario del consulado turco. Seguirán las
cartas a su hermano, alistado en la Legión, en las que Isabelle emplea ya un
prometedor árabe autodidacta, habla del Islam como vivencia íntima, se califica
de alma en el exilio que se ahoga en tierra de infieles y -lo cual es más
intrigante- se expresa en términos inequívocamente deudores de la tradición
sufí, la más secreta y nuclear del Islam... En 1896, a los 19 años, se escribe
con Abu Naddara, judío egipcio expatriado en París y seguidor de la corriente
nacionalista egipcia anti-otomana encabezada por Djamal El Din El Afghani, que
la ayudará a progresar en su dominio del árabe y el turco. El lazo emocional e
intelectual de Isabelle con el mundo islámico difiere, pues, del de sus
contemporáneos orientalistas andando el tiempo magistralmente diseccionados por
Edward Said, lo que se reflejará con posterioridad en su obra, ayuna de la
menor tentación folklorista.
Tiene 20 años cuando, dejando atrás a su progenitor,
emigra con su madre a Argelia. Parece que fue nada más llegar cuando aconteció
la entrada formal de ambas en el Islam, paso insólito en la época. Al año, tras
la muerte de su madre, ya publica sus primeros artículos y cuentos bajo el
seudónimo de Mahmoud Esaadi. En tanto los raptos de exaltación o tristeza
activan su talento literario, se da a la bebida durante sus no menos frecuentes
pasajes de melancolía. Busca en las soledades del desierto consuelo para sus
bruscas mudas de ánimo. Vestida de hombre, alterna en Argel mezquitas y bajos
fondos, encuentros turbios con discusiones pías y eruditas sobre el Corán.
Peregrina a las fuentes del éxtasis, su irrefrenable querencia hacia los
predios de la espiritualidad parece haber hallado vehículo en los rituales
sufíes y la contemplación arrobada de la Naturaleza tanto como en los éxtasis
de la carne, considerando a cada amante un peldaño de su escala hacia los
arrebatos místicos.
En 1899, a lomos de su caballo, se interna por primera
vez en el Sahara, donde la oficialidad francesa recibe glacialmente a aquella
rusa musulmana ataviada con ropas viriles de beduino, que ha rechazado varias
propuestas de matrimonio y decide quedarse en El Oued, "la extraña ciudad
de pequeñas e innumerables cúpulas redondas." Pasará dos meses acompañando
a un funcionario del cadí de Al Monastir y su escolta en la tarea de recaudar
impuestos y sofocar rencillas tribales, sin que nadie recele de su falsa
identidad de joven turco huido de un colegio francés.
En 1900, de vuelta en El Oued tras un par de breves
viajes a Francia que le permiten reencontrarse con Naddara y entrar en relación
con la periodista rusa Lydia Pashkov, publicar algunos de sus relatos de viajes
y sobre todo, constatar que su mundo no es ese, conoce a Sliman, suboficial de
las tropas indígenas que será su gran, feliz y atormentado amor. Frecuenta a
los sufíes de la cofradía Qadiri, a la que pertenece Sliman, en la que ella
misma será iniciada y a muchos de cuyos miembros -gracias a los rudimentos de
oftalmología aprendidos de su padre- curará de conjuntivitis, cataratas y otros
padecimientos oculares típicos del desierto. Enfurecidos por su ascesis rayana
en la indigencia, su gusto por el alcohol, su promiscuidad y, sobre todo, sus
críticas al proselitismo religioso, los funcionarios franceses hacen correr el
bulo de que es una misionera metodista y tratan de expulsarla acusándola de
espionaje, lo que Isabelle logra evitar contrayendo matrimonio con Sliman y adquiriendo,
así, la nacionalidad gala. También parece que su existencia errante y solitaria
y su atuendo masculino indignaron a determinados medios locales. Nunca se
aclaró si el intento de asesinato con sable perpetrado contra ella por un árabe
enloquecido fue inducido por una visión angélica -como declaró el agresor- o
urdido por las autoridades coloniales.
Isabelle, tratada en aquel juicio casi más como acusada
que como denunciante, fue sin duda víctima de los recelos clásicos de los
militares hacia los periodistas, incrementados desde que iniciara su
colaboración con el diario anticolonialista Akhbar, cuyo propietario, Victor Barrucand, había intervenido para colocar como
traductor a su esposo en el ayuntamiento de Tanas. Algunos militares, sin
embargo, simpatizaron con ella. Fue el caso del general Lyautey, partidario de
un proceso colonizador basado en el conocimiento de la lengua y la civilización
del pueblo invadido, y no en la mera presencia de tropas, y que, tras la
batalla de El Moungar, resolvió enviarla a Ain-Sefra, en la ‘tierra de nadie’
fronteriza con el reino de Marruecos, para mediar con las tribus rebeldes, lo
que despertó rumores sobre su pertenencia al Deuxième Bureau. Meses después
volverá, también por mandato de Lyautey, a entrevistarse con el principal
dirigente espiritual local. No regresaría. Asaltada desde tiempo atrás por
recurrentes crisis de malaria, sífilis y paludismo, abandonó el hospital para
instalarse en la modesta casa que había adquirido para vivir allí con Sliman.
El 21 de octubre de 1904, la sorprendió la riada. Lyautey rescatará de los
escombros de la vivienda sus escritos manchados de fango. Tenía 27 años. Había
sonado la hora de su fama póstuma.
A juicio de Errera—que ultima una novela y varios cuentos
para niños ambientados en la Alejandría cosmopolita—la vida de Isabelle encarna
"un mensaje para la mujer de hoy, por haber llevado adelante sus
elecciones culturales y sexuales y la soledad que tales elecciones le
impusieron, por haber amado profundamente, por haber tenido una vida política,
porque fue abierta de mente, inteligente, sensible y una aventurera de
verdadero talento."
Nunca recibió el bautismo, nunca fue cristiana, por lo
que no ha lugar a calificar su adhesión al Islam de conversión propiamente
dicha. ¿Puede, pues, hablarse de aquella mujer criada a la sombra de la
exuberante vegetación tropical de su villa suiza y muerta en el desierto como
de una precursora de la sociedad multicultural? Errera no está segura:
"Desconfío de los iconos... Su relación con el Islam y la cultura árabe
fue apasionada y, quizá, una vía de escape para una historia familiar demasiado
penosa y pesada. Fue, esencialmente, una rebelde cuya sensibilidad quedó
impresionada por la crueldad del colonialismo. Quizá el alma rusa y el alma nómada
árabe se encontraron en algún lugar muy profundo dentro de ella. ¿Quién sabe?"
Sólo Alá.
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