lunes, 18 de julio de 2011

Arthur Rimbaud, Infancia

Este ídolo, ojos negros y crin amarilla, sin padres ni corte, más noble que la fábula, mexicana y flamenca; su dominio, azur y verdor insolentes, corre sobre playas nombradas, por olas sin navíos, con nombres ferozmente griegos, eslavos, célticos.
En el confín del bosque, - las flores de ensueño tintinean, estallan, relumbran, - la muchacha de labios de naranja, con las rodillas cruzadas en el claro diluvio que surge de los prados, desnudez que sombrean, atraviesan y visten los arcoiris, la flora, el mar.
Damas que dan vueltas en las terrazas vecinas al mar; niños y gigantes, soberbios negros en el musgo verde-gris, joyas alzadas sobre el suelo graso de los bosquecillos y de los jardines deshelados, - jóvenes madres y hermanas mayores con miradas llenas de peregrinajes, sultanas, princesas de andar y atuendo tiránicos, pequeñas extranjeras y personas dulcemente desdichadas.
!Qué hastío, la hora del "querido cuerpo" y "querido corazón"!

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